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Antonio Banderas: “Hay una gran reflexión en el drama ‘Los 33’”

En entrevista exclusiva para Publinews Internacional, el actor español habla de su personaje y su experiencia durante la grabación de la película “Los 33”.

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Cuando estaban a punto de ser rescatados los 33 mineros que habían quedado atrapados en una mina de Chile, en grupo, se pusieron de acuerdo a fin de contar una sola historia para evitar una guerra de venta de derechos donde solo unos pocos podían llegar a salir ganando con la tragedia. Cinco años después, finalmente se conocerá esa verdadera historia, con la película “The 33”, en la que Antonio Banderas interpreta al líder del grupo, Mario Sepúlveda.

¿Qué sabías sobre los mineros de Chile antes de filmar su historia en el cine?
Supongo que lo mismo que vio todo el mundo, porque yo seguí la historia desde que se produjo el desprendimiento de la mina en Chile. Al principio, habíamos escuchado muchas otras historias parecidas de China, Rusia y España. Y la verdad es que las probabilidades de vida, cuando ocurre algo de este estilo, son muy remotas. Y la historia se convirtió en el principio de un milagro cuando descubrieron un papelito que decía: “Estamos los 33 vivos”. Ahí es cuando todo el mundo se sorprendió, con todo el suspenso de pensar si podían sacarlos.

¿Entonces seguías la historia a medida que iba pasando?
Naturalmente, iba escuchando en la televisión que no los encontraban, que no parecía que estuvieran vivos, pero cuando sacaron ese papel, estuve pendiente como todo el mundo. Estoy totalmente convencido de que, desde el momento en que se enseña aquel papel, todo se convierte en una producción de cine, en una cinta de suspenso y de misterio. “¿Los van a poder sacar?”. Ese era el problema de aquel momento.

¿Y con la filmación te enteraste de otros problemas que en aquel entonces no se dieron a conocer?
Sí. La gente que hizo la cápsula donde los sacan para la película son los mismos que hicieron la cápsula real. La nuestra creo que era un centímetro más ancha de cada lado para poder meter las cámaras dentro. Y como fueron los mismos, nos contaron los problemas que existían, porque durante el rescate, la montaña se seguía moviendo. Hay un momento en el que Mario Sepúlveda (el líder de los mineros) se quedó parado a mitad del camino, y algunos de ellos también se paraban porque, como se había movido un poquito el túnel, el cacharro se quedaba atorado. Y por lo visto, el ritmo para sacarlos iba a ser mucho más lento de lo previsto. El primero salió en 40 minutos, pero después, los ritmos de salida eran de 14 o 15 minutos.

Pero en el filme no muestran que se atoran con el primer rescate y sí en el segundo, el de Mario Sepúlveda.
Sí. Hubo muchas concesiones que se tuvieron que hacer para la película. Imagínate que meter 70 días en una hora y media es muy complicado. Yo creo que esa es una de las razones por las que hay que quitarse el sombrero frente a la directora mexicana Patricia Riggen.

¿No es extraño ver una cinta donde se sabe que al final rescataron a los 33 mineros?
Ya todos conocemos el final de esta historia, y la gente puede decir “¿Por qué tengo que ver este filme si ya conozco el final?”.
Pero lo interesante ocurrió ahí adentro, con la reflexión real de estos seres atrapados y lo que sucedió entre ellos. Yo creo que hay dos películas metidas en la misma. Una es la de quedarse atrapados sin saber si van a salir o no, donde sabemos el final. Pero el otro es el drama de todo lo que vivieron.  Mario termina casi expulsado en un lago tóxico de la mina. Hay una escena en la que yo me caigo en el lago, que no está en el largometraje, y no te quiero ni contar lo que fue, porque estuve tres días enfermo por todo lo que tragué… y aquello no era agua contaminada, pero terminé echando espuma una noche entera. El caso es que hay una gran reflexión en el filme, sobre lo frágiles que podemos ser los seres humanos en un momento determinado y el espejo que la película plantea frente al espectador que la mira como reflexión sobre lo que somos.

¿Fue un desafío interpretar a un chileno que habla en inglés en vez de español?
Es verdad que el inglés contamina mucho. Yo quería jugar la música de Mario Sepúlveda, que tiene una música muy precisa. Él es un hombre que ha aprendido a sobrevivir desde que era muy niño. Y en este momento tan especial de su vida, salvó la vida de mucha gente.
Yo lo creo así, y los mineros me lo han dicho también. “Si Mario no llega a poner las leyes de gestión y de administración de lo que allí teníamos, como el refinamiento del agua y de la comida; y poner llave e implantar cierto orden, no hubiéramos llegado, probablemente”.

¿En ningún momento planteaste filmarla hablando en español, en vez de inglés?
No se pudo plantear. Había problemas de financiación terribles. No hubo opción si queríamos hacer una película a nivel mundial. Si queríamos hacerla a nivel local, naturalmente la podíamos hacer en español porque, por supuesto, los costos iban a ser menores, al igual que los riesgos.
Pero si quieres hacer un largometraje que tenga una aspiración mundial, el inglés es la lengua, porque los mercados mundiales te lo van a exigir. Desgraciadamente, la lengua del cine todavía es el inglés.

¿Qué tan universal tuvo que ser la historia para que a todo el mundo le interese verla?
La película tiene esa universalidad, por cierto. Estamos hablando de seres humanos en condiciones complejas y difíciles. Esa lupa que pusimos se aplica a cualquier persona en el mundo, en China, Japón, Australia o cualquier lugar donde la cinta se vaya a proyectar. La prueba es el interés que generó la noticia cuando estaban sucediendo los hechos. Recuerdo haber visto a equipos de la televisión japonesa instalados allí, en las minas de San José, para ver la salida de los mineros. En mi memoria tengo la salida de Mario en vivo y pensé: “Alguien hará una película”.
Porque tiene todos los elementos para un filme. Es una historia de supervivencia y eso es algo que nos afecta a todos, como el sueño increíble de un boliviano que no quiere que se lo coman y duerme con un cuchillo, porque ya había un momento en que se empezaban a mirar algo extraño. Mario (Sepúlveda) me dijo: “Antonio, tú no sabes, es muy difícil explicarle a la gente lo que es el hambre, y el efecto que te produce en la cabeza y en la bestia que te transformas”.

¿Nunca sufriste hambre al principio de tu carrera?
Sí, pero no de esa categoría. Yo he sufrido hambre de no tener dinero para comprar, pero podía robar. Podía romper un cristal y llevarme algo, un trozo de jamón. Pero ellos no tenían nada, no tenían ni siquiera aquella posibilidad.

¿Tuviste que adelgazar para reflejar el papel que interpretaste?
Sí, hubo  un momento en que todos nos propusimos adelgazar y nos pusieron una dieta, y comíamos muy poco. 

¿Si “Los 33” hubiese sido una ficción de Hollywood, como “La Aventura del Poseidón”, los 33 mineros de Chile nunca hubiesen sobrevivido?
Un largometraje de Hollywood hubiera matado a algunos y hubieran sobrevivido otros, tres, cuatro. Pero yo creo que al día de hoy, los verdaderos mineros creen que vivieron un milagro. Ellos siempre se encomiendan a la Virgen de la Candelaria.

¿Crees en los milagros?
 ¡Ay, Dios mío! Creo que a veces pasan cosas inexplicables. Y también creo que el ser humano desarrolla un sexto sentido en algunas ocasiones extremas.

¿En tu vida no viviste algún momento en el que realmente pensaste: “Esto es un verdadero milagro”?
Sí. (Riendo) El día que nació mi hija. Mi propia historia está llena de cosas pequeñas que uno siempre atribuye a la coincidencia, por ser un ser racional. Llevaba en Madrid dos años. Pasaba hambre, así que decidí volver a Málaga. Estaba una noche en la cafetería del teatro María Guerrero donde se reunían los actores, siempre pensando que un director iba a decirte: “Quiero que hagas una película conmigo”. Y nunca pasaba, entonces, decidí salir.
Y justo cuando me iba yendo, se cruzó conmigo la hija de Nuria Espert, una actriz española que, en ese momento, era la directora del Instituto de Cinematografía. Ella trabajaba en administración. Y me volví a la barra y le pregunté: “¿Qué tengo que hacer para trabajar en el Instituto de Cinematografía Nacional?” Y me pidió un teléfono. Pero yo no tenía teléfono, vivía en la casa de un uruguayo que no tenía. Entonces le di el número de una amiga que se llamaba Matoya, que no veía desde hacía años.
Ella lo anotó en una servilleta. Y a la mañana siguiente, cuando yo ya tenía las maletas preparadas, me llaman al portero de la casa. Era Matoya en un taxi, diciendo que me tenía que ir corriendo al centro porque estaban haciendo unas pruebas de lectura. Fui para allá, leí. Y en el teatro estaba Nuria Espert y un director catalán llamado Luis Pascual. Me fui y a los quince días me llamaron otra vez.

¿Volviste a Málaga?
No, me quedé en Madrid pendiente, a ver qué pasaba. Hambre, hambre y hambre. El uruguayo dándome dinerito y yo comiendo lo que podía. Me llamaron para hacer una prueba. Y le dije a Pascual que yo no podía resistir más ahí, que me tenía que ir para Málaga, y él me dijo: “No te preocupes, en dos días te doy la respuesta”. Comencé a leer, y en la mitad de la lectura me para y me dice: “Ya está. Contratado”. Y ahí empezó toda mi vida profesional.

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