Espectáculos

"Fantasías animadas de ayer y hoy" regresa al escenario

Publinews conversó con María Mercedes Arce Arrivillaga acerca de la obra

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Corregido y aumentado, el monólogo “Fantasías animadas de ayer y hoy” regresa a las tablas en mayo para una temporada de diez presentaciones, que serán los sábados, a las 19:30 horas, y los domingos, a las 17:00, en el Teatro “Manuel Galich” de la Universidad Popular de Guatemala, 10a. calle y 10a. avenida, de la zona 1. La admisión será de Q50.

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Publinews conversó María Mercedes Arce Arrivillaga, protagonista, escritora, productora y directora del montaje, acerca de la experiencia de volver a interpretar a este simpático y peculiar personaje.

¿Cómo te sientes de volver a interpretar este monólogo?
Es una satisfacción indescriptible. Es lo más mío que he hecho en el teatro. Aunque no es una obra autobiográfica necesariamente, es un texto hecho a mi medida en todo sentido. Desde que comencé a escribir con la idea de hacer una obra de teatro, lo hice con la idea de que fuera un montaje factible, fácil de llevar de un lugar a otro, que gozara de la mayor autonomía técnica para que fuera posible presentarlo en cualquier parte. No cabe en una mochila (como era mi idea original), pero todo lo que requiere se puede conseguir casi en cualquier parte.

¿De dónde surge el nombre “Fantasías de ayer y hoy”?
El título completo es “Fantasías animadas de ayer y hoy – cualquier semejanza con la realidad es calor de vieja”. En el transcurso de la obra se revelan varias fantasías que, eventualmente, rondan las mentes femeninas o se instalan definitivamente en ellas. Asimismo, la fantasía de alcanzar un determinado ideal, lucha que, en el contexto, resulta definitivamente imposible por causa de una realidad que de tan hostil rebasa el ridículo. El personaje entra y sale constantemente de sus fantasías.

¿Cuál es el nombre del personaje y cómo es tu acercamiento a la interpretación?
No tiene nombre. No lo necesita. Puede ser cualquiera que esté en esa circunstancia de mujer que ronda la cuarentena, sola, a cargo de sus hijos y con un horizonte limitado en todo sentido: académico, afectivo, laboral, económico, familiar. Siempre pensé que ponerle un nombre sería limitar al personaje, sería como marcarle una frontera o como levantar un muro entre ella y la audiencia. Yo me interno en el personaje con la mayor humanidad posible, asumiendo sus contradicciones, su capacidad de reírse de sus humanas miserias, sus frustraciones y sus cada vez más limitados anhelos. Es, después de todo, la historia de muchas mujeres en un sistema que parece cortarles las alas antes de aprender a volar.

¿Qué le puedes decir a las personas que aún no han visto la obra?
Que la vean. Que no se esperen una risa simplona. Se van a reír, sí, y mucho. Pero más de una risa será amarga. Es una pieza políticamente incorrecta que no hace concesiones con nada ni con nadie (de ahí lo “calor de vieja”). No pretende “hacer conciencia”, como tampoco busca “protestar”, ni “denunciar”. Simplemente muestra las cosas como son.

¿Cómo te sientes de interpretarlo en la Sala “Manuel Galich” de la Universidad Popular (UP)?
La UP es como la segunda casa de todo actor que en este país se precie de sí mismo. El simple hecho de presentarse en una sala de teatro ya es ganancia. En este oficio hemos debido acudir a los restaurantes por no tener en Guatemala suficientes espacios apropiados para la exposición de nuestro trabajo. Y aunque como experiencia resulta un reto de concentración, no podemos obviar que los distractores, tanto para el público como para el artista, son muchos. El ruido de los platos, los meseros que transitan entre las mesas, el chinchineo de cubos de hielo en los vasos, los cubiertos; el simple hecho de tener que agachar la mirada para cortar un trozo de comida, hace que el espectador se distraiga de lo que está ocurriendo en el escenario. En una sala, en cambio, la gente llega a ver la obra de teatro. El lugar está pensado para eso, el desnivel en las hileras de butacas permite que todos puedan ver lo que está ocurriendo y el artista tiene ocasión de capturar con más facilidad la atención de su audiencia. Por otra parte, estar en el Teatro Manuel Galich es como estar con mi familia. De sus muros cuelgan las fotografías de mi papá, mi mamá y dos de mis tías, sin contar con grandes maestros de quienes he aprendido una barbaridad. Así que no me siento sola. Además, es un escenario en donde he hecho tantas funciones de otras obras, que me resulta como caminar por mi dormitorio: lo puedo recorrer con los ojos cerrados.

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