Días atrás recibí la llamada de un amigo. Me contó que estaba en aprietos con su correo electrónico. Por ignorar los avisos de que el límite de almacenamiento estaba por agotarse, súbitamente su bandeja colapsó. Ya no podía ni enviar ni recibir nada. En 25 años, jamás había limpiado su Hotmail. Contrario a ello, solía enviarse las fotos de sus viajes y los videos de su trabajo a ese buzón, con el fin de preservarlos ahí. Ya en la tercera edad, el hombre no es tan hábil como para lidiar con la tecnología. No usa Drive. No guarda su material en discos duros alternos. Atiborra el iCloud. Ni se imagina que existe el Dropbox. Además, su vocación acumuladora la evidencia catastróficamente en esa cuenta de correo.
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Al principio, no vio grave quedarse “incomunicado” por esa vía. Percatarse de que tenía a la mano la opción de “adquirir más almacenamiento” lo tranquilizó. Pero su baja propensión y su desconfianza hacia las compras en línea lo inhibió de hacer la transacción inmediatamente. Ni siquiera fue por avaro. Sus habilidades le alcanzaron muy bien para cerciorarse de que eran apenas 20 dólares al año lo que necesitaba para salir del apuro. Empezó entonces a deshacerse de los vejestorios que más le ocupaban espacio. Lo menos tiró unos 10 mil mensajes al basurero. Y aun así, la saturación apenas bajó. Por tal motivo, requirió la ayuda de un experto en informática para que lo asesorara en esa “cirugía de limpieza”, con la condición de no perder sus históricos archivos. El muchacho se puso manos a la obra y logró, en cuestión de un par de horas, desahogar un poco la bandeja. Sin embargo, no lo suficiente. Así llegó el momento de poner fin a la contrariedad, comprando almacenamiento adicional. Aquella operación no tenía que demorarse más de cinco minutos. Con la guía del joven experto, mi entrañable amigo sacó su tarjeta de crédito e intentó hacerse de ese espacio digital que precisaba. Pero, oh, sorpresa, en Guatemala no es posible adquirir fácilmente eso. Cuestiones de país. Solo en Europa es viable hacer esa compra con facilidad. Por lo menos en esa versión de su correo.
A estas alturas, mi amigo estaba urgido de reanudar ese servicio, porque a esa dirección le llegan notificaciones importantes de sus cuentas, así como buena parte de sus seguimientos laborales. Ya no podía esperar. Mandar y recibir correos le era indispensable para esa misma tarde. Su única opción era depurar los archivos más pesados. Deshacerse de memorias entrañables. Tirar a la basura lo que tanto guardó para cuando dispusiera de tiempo para regodearse en la nostalgia.
Se pasó casi un día en tareas de limpieza de buzón y por fin lo logró. En el proceso se dio cuenta de lo descuidado que había sido y también de los años que pasó sin preocuparse de no acumular basura en la bandeja.
Hizo un examen de conciencia. Al restablecer su cuenta descubrió varios aspectos de su entorno. Su desidia reflejaba lo que le sucede ahora mismo al país. Por no ocuparse del problema cuando las alertas le advirtieron que ya estaba al límite, el colapso llegó de súbito. Y cuando quiso resolver la situación, no disponía de las herramientas para hacerlo. Incluso con dinero no logró arreglar el asunto. Ergo: Permitió que un inconveniente prevenible se le volviera inmanejable.
Eso mismo percibo en este insensato presente que vive Guatemala. Lo considero muy similar. Vemos cómo se nos desmorona el país y no reaccionamos. Percibimos que nos acercamos al borde del abismo y seguimos caminando tan campantes, con una inercia suicida. Hay abusos por doquier. No funciona ningún poder del Estado. Es obvio el plan trazado para terminar con nuestra agónica democracia. Son patéticas y desalentadoras casi todas las propuestas electorales. Nadie confía en las autoridades a cargo. Se intuye en el ambiente que las cosas van para peor. Y tal como le sucedió a mi amigo con su colapsada cuenta de correo electrónico, cuando sintamos ya será tarde para medianamente resolver esta que ya es una crisis institucional de grandes proporciones. Entonces todo se complicará. Todo se nos hará más cuesta arriba. Y ojo con este paralelismo: Ni siquiera quienes suelen resolver cualquier cosa con dinero podrán parar esta debacle. Ya ni ellos. Avisos ha habido; avisos hay. ¿Por qué será que no somos capaces de detener las desventuras que se nos anuncian con tanta claridad? Ya lo dijo en su momento Ortega y Gasset: “El pasado no nos dirá lo que debemos hacer, pero sí lo que debemos evitar”. A las pruebas me remito. Y eso duele más, porque probablemente ya sea tarde para acatar esa sabidur