El tortuoso camino de convertir obras de García Márquez en filmes

La complejidad de las obras de Gabriel García Márquez supuso un obstáculo insalvable para su traslación al cine, un medio que el escritor adoraba pero que no supo recoger la magia y el trasfondo de historias como "El amor en los tiempos del cólera" o "El coronel no tiene quien le escriba".

Ni siquiera un actor de reconocida calidad como Javier Bardem fue capaz de recrear como se merecía a Florentino Ariza, el hombre sensible y enamorado que es capaz de esperar más de 50 años para consumar su amor por Fermina Daza, a la que interpretaba la italiana Giovanna Mezzogiorno.

Esa adaptación, dirigida por el británico Mike Newell pasó sin pena ni gloria, por su falta de personalidad, algo imperdonable al basarse en un texto tan único y especial como cualquiera de los de Gabo.

Pero al menos no fue masacrada por la crítica como ocurrió con “Crónica de una muerte anunciada”, en la que la variedad de nacionalidades dio como fruto una penosa mezcolanza sin pies ni cabeza y a la que le faltaba el elemento principal de la historia: tensión.

Anthony Delon dio vida sin brillantez a uno de los personajes más representativos de la literatura “gabista”, el de Santiago Nasar, un hombre cuya muerte conoce el lector en la primera línea de la novela, lo que a priori mata cualquier tipo de tensión en una historia que es, sin embargo, un ejemplo de suspense.

La mejor adaptación es…
Quizás el mejor García Márquez que se ha visto en el cine es el de su compatriota Arturo Ripstein, que captó parte de la magia de “El coronel no tiene quien le escriba”, con Fernando Luján y Marisa Paredes como protagonistas.

Del amor y otros demonios” y “Memorias de mis putas tristes”, en 2009 y 2011, respectivamente, son las adaptaciones más recientes de sus novelas y también se saldaron con un resultado mediocre.

Y además de esas novelas, muchos de los cuentos de García Márquez han tenido su traslado al cine. Desde “Eréndira” a “La viuda de Montiel”, pasando por “Presagio” o “El mar del tiempo perdido”.

Sin olvidar que el propio García Márquez era un gran amante del cine -pasión que transmitió a su hijo Rodrigo, realizador de filmes como “Madres e hijas”- y trató de dedicarse a él desde joven.

En 1954 se estrenó como guionista para un corto experimental de tintes surrealistas, “La langosta azul” y ese mismo año se matriculó en Roma en el Centro Experimental de Cinematografía.

En aquella época fue escogido en la escuela como tercer asistente del director Alexandro Blasetti en “Peccato che sia una canaglia” (1954), lo que le causó “una gran alegría” porque le daría la ocasión de conocer a Sofía Loren.

Pero nunca la vi, porque mi trabajo consistió, durante más de un mes, en sostener una cuerda en la esquina para que no pasaran los curiosos”, relataba años después.

Volvió a ser guionista en películas como “El gallo de oro” (1964) -basada en la novela homónima de Juan Rulfo- y “Tiempo de morir” -ópera prima de Ripstein-, que escribió junto a su gran amigo Carlos Fuentes.

Y también fue actor. En 1965 escribió el guión de “En este pueblo no hay ladrones”, dirigida por Alberto Isaac, en la que interpreta un pequeño papel, acompañado, entre otros, por Luis Buñuel, Alfonso Arau, Arturo Ripstein y Juan Rulfo.

Fue jurado del Festival de Cannes en 1982 -en la edición en la que la Palma de Oro fue para el cine político de Costa-Gavras con “Missing”- y en 1985 creó la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, de la que sería presidente.

Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado”, afirmó entonces el nobel.

 

EFE

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