En medio de una nueva ola de titulares y polémicas, el presidente Donald Trump ordenó el despliegue de cerca de 2.300 miembros de la Guardia Nacional en Washington D.C, asegurando que la capital atraviesa por una etapa de “anarquía total”. Según él, las calles están fuera de control y era necesario retomar el orden.
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Bajo el lema de “Día de la Liberación”, Trump asumió temporalmente el mando del cuerpo de policía local y puso a los uniformados a patrullar la ciudad. Pero, como era de esperarse, esta decisión ha generado una fuerte reacción entre funcionarios y legisladores, en su mayoría demócratas, quienes consideran que la medida es más un acto de autoritarismo que una respuesta proporcional a la situación real.
Y es que los datos sobre criminalidad no respaldan la narrativa catastrófica que promueve la Casa Blanca.
Sí hay crimen, pero menos del que se dice
Es cierto que Washington ha tenido épocas difíciles en términos de seguridad. Nadie lo niega. Pero también es cierto que, en los últimos dos años, los índices han venido bajando de manera sostenida.
El Departamento de Policía Metropolitana reporta que los delitos violentos han caído significativamente, alcanzando en 2024 su punto más bajo en más de 30 años. Robos, asaltos y otros crímenes de alto impacto también han disminuido. Y esta mejoría no solo está en las cifras: muchos residentes lo sienten en sus barrios.
Aunque hay discrepancias entre los datos locales y los del FBI, ambas entidades coinciden en algo clave: la violencia va en descenso. Incluso si tomamos 2023 como un año particularmente violento, con un repunte en los homicidios, no se puede desconocer que la tendencia ha cambiado.
Comparado con los años 90 o incluso los primeros años del 2000, la situación actual es mucho más manejable. Quienes han vivido en Washington por décadas saben que el miedo en las calles no es ni la sombra de lo que fue hace 20 o 25 años.
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El caso de los robos de carros y la percepción del peligro
Uno de los temas que más ha explotado políticamente el presidente es el incremento en los robos de carros con violencia, conocidos como carjackings. Según Trump, estos delitos se han triplicado. Pero los datos oficiales muestran lo contrario: en los últimos dos años, los casos han caído casi a la mitad.
La ciudad incluso implementó un toque de queda nocturno para menores, una medida pensada para reducir la participación de jóvenes en este tipo de delitos, especialmente durante las vacaciones de verano. Aunque todavía es pronto para medir su impacto total, los primeros resultados son prometedores.
¿Y cómo se ve DC frente a otras ciudades?
Si se compara a Washington con otras grandes ciudades de Estados Unidos, el panorama es mucho más equilibrado. No es la ciudad más segura del país, pero tampoco está entre las más peligrosas. Su tasa de homicidios, aunque aún por encima del promedio nacional, viene bajando como en muchas otras urbes.
Durante la pandemia, prácticamente todas las estadísticas criminales subieron: violencia, robos, asesinatos. Fue un fenómeno nacional. Pero desde entonces, muchas ciudades han logrado controlar la situación, y Washington no ha sido la excepción.
Turismo, percepción y economía
Uno de los argumentos más utilizados para justificar la intervención militar es el posible impacto en el turismo. Destination DC, la agencia oficial de promoción de la ciudad, proyecta una caída del 5% en la llegada de visitantes. A simple vista parece un dato menor, pero el turismo dejó más de 11 mil millones de dólares en 2024 y genera más de 100.000 empleos directos.
La pregunta es si ver a soldados armados patrullando las calles da más tranquilidad o, por el contrario, ahuyenta a los turistas. Porque si bien la seguridad es clave para atraer visitantes, la percepción de militarización también puede generar rechazo. Al final, será la economía local la que cargue con las consecuencias de esa imagen.
¿Quién decide cuándo entra la Guardia Nacional?
La Guardia Nacional es una fuerza de reserva compuesta por más de 400.000 efectivos distribuidos por todos los estados y territorios estadounidenses. Su rol más conocido es el de atender emergencias: desastres naturales, incendios forestales, o situaciones extremas de orden público.
Por lo general, es el gobernador de cada estado quien solicita su intervención. El presidente puede ordenar un despliegue federal, pero esto ocurre en situaciones muy puntuales, y en coordinación con las autoridades locales. En este caso, no hubo ninguna emergencia declarada, lo que ha despertado críticas sobre la legalidad y necesidad real del operativo.
Mucho ruido, poca evidencia y un debate más profundo
Al final, la discusión no es solo sobre criminalidad. Lo que realmente se está debatiendo es hasta dónde puede llegar el poder del gobierno federal para intervenir en la vida de una ciudad sin consenso local. ¿Es legítimo imponer medidas militares cuando las cifras no respaldan un escenario de emergencia?
Los datos no mienten: aunque Washington enfrenta desafíos en seguridad, la narrativa de caos generalizado no se sostiene. Usar el miedo como justificación política puede ser efectivo en el corto plazo, pero no resuelve los problemas de fondo. Y mientras el debate sigue encendido, la ciudad continúa funcionando, adaptándose y, en muchos casos, reinventándose.
Sectores como el turismo o el entretenimiento digital, dos industrias que también dependen de la percepción de estabilidad, han aprendido a operar en medio de la incertidumbre. Por ejemplo, los juegos en línea, desde el póker hasta las tragamonedas gratis, han ganado terreno gracias a su accesibilidad y a una demanda que no para de crecer, incluso en contextos regulados. Este auge es una muestra de que, cuando las condiciones cambian, la gente busca formas distintas de entretenerse, desconectarse o incluso ganar algo extra sin salir de casa.
Mientras algunos insisten en ver solo el caos, la realidad es más compleja. Washington no está en ruinas, y lo que está en juego no es solo la seguridad, sino el equilibrio entre orden, autonomía y verdad.