Veintiocho años después de aquel brote inicial, un nuevo grupo de supervivientes regresa a una isla que creían segura, solo para descubrir que la rabia ha evolucionado y mutado tanto en infectados como en humanos. Una misión de rescate se convierte en una pesadilla al revelar secretos devastadores que amenazan con expandir el virus de formas impensables.
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La película brilla al aprovechar el legado de la franquicia: Aaron Taylor-Johnson y Ralph Fiennes lideran el reparto con intensidad, mientras el joven Alfie Williams, como Spike, roba cada escena con su arco de supervivencia. El uso inteligente del gore refuerza la tensión sin caer en excesos, y las tomas rodadas con iPhone evocan la estética cruda de la original sin sentirse forzadas.

Sin embargo, el ritmo flaquea en algunos pasajes que parecen improvisados, con decisiones argumentales que pierden fuerza y un acto final que roza lo inverosímil. Estas dudas podrían resolverse en las dos secuelas ya en producción, pero por ahora empañan la atmósfera apocalíptica que la película intenta crear.
En conjunto, 28 años después funciona como puente hacia una nueva trilogía y a la vez respeta la esencia de la saga. Es una experiencia recomendable para los fans del terror zombi, que encontrarán aquí caras conocidas, giros sorprendentes y un escenario londinense cargado de desesperación.